Como apartar una rama en la selva y encontrar, de repente, la ciudad futura. Así leemos la obra de José Balza, escritor imprescindible de la narrativa en español. No leerlo es perder. Y leerlo supone una experiencia plena: una fusión con algo misterioso, mejor. Algo que está ya aquí y también acabando de llegar, quizá durante décadas: una literatura que llena el presente y, de manera circular, los precipicios del tiempo. Desde entonces son numerosas las voces que lo reclaman como uno de los maestros de la narrativa en español de final de siglo XX y principios del XXI. Sus aforismos, agudas fulguraciones, y ensayos, que abundan en la excelencia de lo escondido, se recogen en volúmenes, por nombrar los más recientes, como Ensayos de humo (2013) o Play b (2017). Es difícil hallar desde Cortázar (quien celebró, por cierto, la escritura de Balza), un escritor que entregue a nuestro idioma tal diversidad de lenguaje, estructura e imaginación. En una entrevista del año 99, afirmó: “Me gusta que los personajes vivan de tal forma que provoquen la sensación en los lectores de que sólo la literatura (…) puede proponer una frontera nueva de la experiencia cotidiana en el ser humano”. Pocas experiencias literarias iguales a cruzarla.
José Balza, nacido en 1939 en el Delta del Orinoco, es autor de una amplia y cuidada obra narrativa y ensayística, que destaca por un número de cualidades raras en un mismo escritor: la impecable factura y sensualidad del lenguaje, la variada invención, la sutileza del pensamiento, la capacidad de amalgamar jugando estructuras y tramas, de proponer ritmos e inquietudes que vienen de la experiencia, de los sueños o de otra dimensión que está en algún lugar invisible de la realidad. Todos estos elementos los reúne, por ejemplo, una sola novela, Percusión, publicada en España por Seix Barral en 1982. La obra narrativa de José Balza fue de una precocidad asombrosa. Antes de los 30 años había escrito dos novelas de enorme solidez, Marzo anterior y Largo. Tendría 35 cuando publicó Setecientas palmeras plantadas en el mismo lugar, una novela con un enorme poder de renovación y que leída hoy mismo resulta venidera. Hay algo profético en ellas (como en Un hombre de aceite, que auguraba en 2001 la Venezuela que vendría): una estética lábil, que inaugura el tiempo de cada forma, pero también la exploración de una ética abierta del ser, donde las normas se derrumban ante la aventura escurridiza de la verdad. Junto con estas novelas, son sus cuentos los que han tenido una repercusión internacional mayor, publicados en conjuntos tan reseñados como La mujer de espaldas (1986), Un Orinoco fantasma (2000), El doble arte de morir (2008) o Los peces de fuego (2010). En nuestro país, por ejemplo, la editorial Páginas de Espuma publicó una breve antología en el año 2004 y al cuidado de otro narrador venezolano, Juan Carlos Méndez Guédez, en cuyo prólogo supo situar a José Balza en “la estirpe de los escritores más renovadores e inclasificables de nuestro idioma (…) junto a nombres como Ricardo Piglia, Roberto Bolaño, César Aira o Enrique Vila-Matas.