«Dos amigos, Sergio Pitol y Raúl Escari»

A la izquierda, Raúl Escari. Buenos Aires 1966.

A la izquierda, Raúl Escari. Buenos Aires 1966.

«Comprendiendo de golpe que, en el fondo, toda mi vida, sin ser del todo consciente de ello, había estado intentando reconstruir un discurso desarticulado (el discurso original, perdido en la noche de los tiempos), me dormí y entré en un sueño muy intenso por el que avanzaban, con pasos muy rápidos, dos amigos, Sergio Pitol y Raúl Escari. Marchaban eléctricos los dos por los callejones de un viejo núcleo urbano, posiblemente europeo. La lluvia, en cambio, me pareció que caía con la extraña lentitud y con el mismo aspecto tóxico con la que cae en la capital de México. Entraron en un aula de estudios y Sergio comenzó a escribir signos que yo nunca había visto, los escribía con gran velocidad en una pizarra de un color verde extraordinariamente potente. La pizarra se transformó en una puerta encajada en un arco ojival árabe, una puerta de un verde aún más potente y sobre la que Pitol inscribía, ralentizando el ritmo de su mano, la poesía de un álgebra desconocida: fórmulas y misteriosos mensajes de aire cabalístico, judío, aunque quizás el aire fuera sólo musulmán, musulmán de la China, o simplemente italiano, de los tiempos de Petrarca; poesía de un álgebra extraña, sin patria, que me remitía al centro del misterio del mundo, de un mundo que parecía lleno de mensajes de algún código secreto. (fragmento de KASSEL NO INVITA A LA LÓGICA)

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