(1) ¿Los cuentos te permiten hacer algo distinto de lo que haces en las novelas? Lo digo por un cierto aire de juego que hay en esta antología.
El juego está en el centro de toda mi obra. Un gran escritor amigo –Sergio Pitol- dijo que cada vez que me acercaba al realismo tenía la sensación de que yo jugaba con dinamita.
(2) En el cuento ‘Una casa para siempre’, el narrador dice: ‘me dejaba una única y definitiva fe: la de creer en una ficción que se sabe como ficción, saber que no existe nada más y que la exquisita verdad consiste en ser consciente de que se trata de una ficción y, sabiéndolo, creer en ella.’ ¿Desconfías de nociones de realidad o simplemente te da placer subvertirlas?
Al escribir una ficción, uno no sólo ha de creer en ella, sino lograr que sea verosímil para el lector. El arte de la ficción está montado sobre esa paradoja. ¿O acaso no estamos así en el mundo, balanceándonos siempre sobre la misma paradoja? Vivos y muertos a la vez. En cuanto a la realidad, permítame decirle que hay tantas realidades como puntos de vista.
(3) En VAMPIRE IN LOVE (El vampiro enamorado) dices que alguien que está enamorado es a la vez ‘vampiro y mártir’. ¿En el amor siempre es cuestión de extremos?
En efecto, se dan en el amor los polos opuestos, felicidad y desgracia. Pero creo que cuando dije que “alguien que está enamorado es a la vez vampiro y mártir”, no hice más que un guiño al factor a veces tan cristiano de la ciudad en la que transcurre el cuento: Sevilla.
(4) ¿Fue una decisión deliberada ser un escritor muy literario –en el sentido de invocar y hablar de otros escritores– o fue una evolución natural?
Creo que siento una cierta compasión por los escritores, especialmente por los suicidas, alcohólicos, locos, malditos, que son los que me gustan. La verdad es que traté siempre de escribir como ellos –alcanzar una visión igualmente trágica de la situación humana y de su cercanía al abismo–, pero, eso sí, sin su padecimiento intelectual, ni llegar a ser un “rey pálido”.
(5) Muchas de tus cuentos están ambientados en ciudades. ¿Qué te ofrece como escritor el paisaje urbano?
Quien me conoce, sabe que para mí el campo tiene una belleza soporífera. En la ciudad, en cambio, creo ver la poesía misma. Aun me acuerdo de una brumosa mañana de invierno en Nueva York cuando me di cuenta de que, sólo porque fuera la luz del semáforo, no tenía por qué despreciar aquella joya verde que brillaba entre las ramas.
(6) Como escritor, ¿qué esperas de tu traductor/a?
Que no modifique el tono de la voz que habla en mis libros, que siempre es un tono humilde, desamparado, nada vanidoso. Sé que esa voz, al prodigarse en citas y referencias culturales, puede –si se me traduce con academicismo– parecer pedante. Y ese es el gran peligro.