EL CRÍTICO LITERARIO [por Julio Trujillo]

Christopher Dominguez Michael.

Christopher Dominguez Michael.

Estaba yo escuchando y no escuchando los discursos de inauguración de la FIL Guadalajara. Al fin sólo son tres horas, me dije sin humor mientras, ñoñamente, procuraba perderme en la fresquísima memoria de algo leído: el célebre viaje de Darwin en el Beagle, que duró cinco años, en el que estuvo muuuy mareado pero que cambió su vida, y la nuestra, pues ahí se gestó su teoría de la selección natural. Frente a mí, pero en el fondo de mi mente, un presidium con diecinueve hombres y dos mujeres se saludaba a sí mismo y decía, por turnos, que la lectura es la mejor arma contra la barbarie. El tópico del año pasado fue Ayotzinapa. Es un momento-pecera, un ritual en el que la industria editorial mexicana se reconcentra y saluda. Muy soportable, a veces incluso memorable, pero Darwin estaba observando unas salientes rocosas, en las Galápagos, y preguntándose famosamente si las iguanas que las coronaban eran totalmente nuevas o totalmente viejas. Entonces se anunció que Christopher Domínguez haría el elogio de Enrique Vila-Matas, premio FIL. “Buenas tardes”, fue su lacónico saludo al presidium y a nosotros, y de golpe tuvo mi atención y gratitud. Con ese “buenas tardes” el crítico literario, el lector libérrimo, se pronunciaba frente a los obligados protocolos de los demás. Christopher no es particularmente carismático, ni histriónico, pero lo mueven los hilos mucho más seductores de la inteligencia y la fruición lectora. Su encomio a la obra de Vila-Matas delató una complicidad receptiva que admiré y envidié, y es probable que el crítico no se diera cuenta de que sus palabras perfilaban, más que a un autor premiado, a un lector. Éramos quinientas o mil personas, no sé, pero callamos, Darwin se había perdido en algún lugar de Valparaíso, y la apenas insinuada sonrisa de Vila-Matas era de pura satisfacción, como si bastara con ese sólo lector de lujo, de entre los miles que tiene, para que su escritura valiera la pena y encontrara una salida a los callejones en los que opta por arrinconarse. La conversación, en la mesa de los protocolos, subió instantáneamente de nivel, y escuchar a Christopher era una forma de leer y entender, y de querer decir o querer leer, pues la buena conversación siempre es estimulante. Se escribe idealmente, supongo, para una mente así, furiosamente aguda y no pasiva, capaz de incluso devolverle al autor nuevas revelaciones sobre su propia obra. Los poetas solemos presumir, falsamente, nuestra marginalidad, pero es el crítico literario quien de veras trabaja en la sombra sin apenas recompensa. Hay una muda y casi secreta gratitud, al menos de mi parte, por esa geología de la lectura, pues el crítico es un poco como Darwin, que desaparecía semanas enteras recolectando insectos porque algo estaba intuyendo, algo importante, panorámico y crucial que sólo él podía cuadrar. Algo emocionante, como reconocer que desde Gómez de la Serna nadie ha jugado tan seriamente a escribir como Vila-Matas, apostándolo todo y sin marcha atrás. Así lo dijo Christopher Domínguez frente al micrófono y las quinientas o mil personas. Pero casi nunca hay un micrófono para el crítico literario, ni mil personas. Trabajan solos. Su foro es nuestra lectura. (La Razón de México. 5 diciembre 2015)

Esta entrada fue publicada en Sin categoría. Guarda el enlace permanente.