VILA-MATAS ELÉCTRICO (por Edmundo Paz Soldán)

la guirlande d'alphavilles ou la rue rimbaud electrifié

la guirlande d’alphavilles ou la rue rimbaud electrifié

Mientras leía Marienbad eléctrico (Almadía, 2015), el último libro de Enrique Vila-Matas, hojeé la solapa y me sorprendió descubrir que la biografía terminara así: «Recientemente obtuvo el Premio FIL de Literatura en Lenguas Romances 2015». Tan rápido se mueve el mundo, pensé, lo premiaron ayer y ya suena a algo muy canónico, algo que quizás Vila-Matas había ganado hacía mucho tiempo pero que solo hace unos días los jurados hicieron oficial. Tan rápido se mueve el mundo, pensé, que ni siquiera he esperado a que se publique el libro para leerlo. Me emocioné con la idea de estar leyendo un libro que no existía. También me dije que si pensaba en estas cosas era por culpa del autor de este «paseo en prosa».

            Marienbad eléctrico es una ¿novela? ¿serie de crónicas? ¿»semi-ficción»? de las relaciones de amistad y admiración mutua de Vila-Matas con la artista francesa Dominique Gonzalez-Foerster, y de la forma algo mágica en que ambos se inspiran. El libro se lee muy bien junto a su anterior novela, Kassel no invita a la lógica (2014): una excursión al arte contemporáneo de vanguardia, con guiños a los sospechosos de siempre (Rimbaud, Beckett, Walser, Duchamp, Sebald, Perec, Bolaño). En su aparente modestia y levedad, Marienbad es tan potente como el manifiesto de David Shields sobre la necesidad de abandonar los viejos paradigmas de la escritura narrativa -el sueño de la verisimilitud decimonónica– para repensar la novela desde las posibilidades abiertas por la vanguardia artística, con la diferencia, por supuesto, de que esto lo ha venido pensando Vila-Matas desde hace mucho. Con Marienbad, no solo defiende una nueva forma de escribir «novelas» sino que presenta un excelente ejemplo de esa nueva forma.

Vila-Matas explora, al igual que en Kassel, las conexiones que permiten pensar en la literatura como una instalación, y en el escritor como un instalador, alguien que resignifica la cotidianeidad y la convierte en una obra artística. La literatura es aquí un capítulo central del arte contemporáneo; desde esa perspectiva, la novela se convierte en un espacio de amplias posibilidades, un territorio de libertad narrativa: «cuando termino una novela, me gusta que me pregunten si estoy seguro que se trata de una novela… Me gusta que se perciba que, por espurio que pareciera, no he descartado nada que tuviera posibilidades de acabar en la novela, lo que ha terminado por crear la impresión de que podría no haber hecho una novela». Se trata de intentar hacer lo que todavía no se ha hecho (el espíritu de una época igual nunca deja de estar presente: lo que hace Vila-Matas lo están haciendo, a su manera, Ben Lerner, Sheila Hetl, Mario Bellatin). Eso no significa que lo que se ha hecho deje de hacerse (Dickens y Tolstoi están muy presentes hoy); solo que algunas de las exploraciones narrativas más interesantes del presente -entre ellas la de Vila-Matas– parten de un deseo de cuestionar viejos paradigmas de escritura, de no darlos por sentado, de no asumir que las formas clásicas de escribir ficción nos seguirán sirviendo a lo largo de este siglo.

Deténgase en las fotos sebaldianas de este libro. Disfrute de la maquinaria de citas y apropiaciones de cada página. Desmenuce las imágenes evocativas de cada sección («la calle Rimbaud»). Piense a dónde lleva cada una de esas digresiones que se convierten en mini-ensayos; yo me quedo con la dedicada a El último año en Marienbad, «la película más incomprensible de la historia», con un guión de Robbe-Grillet inspirado por una novela de Bioy Casares (La invención de Morel), punto de partida para concluir que, cuando se trata de arte, lo fundamental es abandonar ideas hechas y «modos cartesianos» de entenderlo, pues «todas las artes, sin excluir las visuales, nacen y terminan en una zona invisible».

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